Ellos fueron capaces de soñar unos dioses apasionados, humanos en su aspecto, en su comportamiento y en sus formas de amar y odiar. Dioses salidos de un caos anterior, fruto del delirio y el miedo, forjados por la necesidad humana de entenderse con la naturaleza, herederos de los sueños y los mitos, para ser un espejo sagrado desde donde verse y ver al mundo. Dioses para sentirse amparados y para sacralizar la vida, la muerte o el amor. Divinidades de mármol o bronce contra la fugacidad de lo humano.
A la par también crearon la imagen de la perfección humana, no sólo en su aspecto físico sino también en la expresión de su alma, contradictoria y plural, no limitada al maniqueismo del bien y del mal, rica por su profundidad trágica y su lucha contra los avatares del destino: nació el individuo.
Dioses benévolos de la Hélade, hechos de carne idealizada, donde alumbró el teatro y se definió un entorno en que crecieron la lírica, la escultura y el resto de las artes; de ahí, finalmente, surge la filosofía como un delirio sublime, buscando el lugar del hombre entre los dioses y la naturaleza, tratando de discernir la sabiduría oculta en los vaticinios de estas divinidades, que parafraseando a Heráclito, nada dicen ni ocultan, sino que solamente significan.
Estas fotografías intentan aproximarse a ese mundo a partir de los restos fragmentados que perduran en museos y descampados, ofreciendo el imposible cuerpo desde donde revivirse por un instante, evocando la ruina de un pasado que también es el nuestro, surgido de viajes y lecturas, re-interpretado, atemporal, condensado en una mirada ofrecida como un incierto legado, como una invocación.
Toda obra implica -por lo menos- una acción: creación, plagio, contemplación, adoración, comunicación, representación, re-creación, trasformación, ... Las acciones se caracterizan por suceder en un espacio y en un tiempo, es decir, dentro de unos limites. En mi caso estos son los de la memoria y el olvido, dentro de un espacio metafísico, acotado por lagunas mentales, por inexactitudes, por zonas donde la luz no nos llega o es excesiva.
Intento reconstruir un pasado interpretándolo a través de la estética-filosofía de Nietzsche, la misma que él utilizó para explicar el nacimiento de la tragedia griega. Lo Apolíneo (dios de la luz) y lo Dionisíaco (dios orgiástico y oscuro) que habrían alumbrado la tragedia, fundamentan mi intento por reconstruir parte de ese mismo mundo helénico.
Apolo y Dionisos son unos dioses idóneos para hablar de esa memoria de luces y sombras, infiel como todas, a la que llamamos fotografía. Imágenes donde el pasado se sobrepone de tal modo al presente, que los cuerpos que le sirven de soporte, son trasladados a un espacio atemporal.
Reflexión, en fin, sobre las ruinas del deseo, sobre el tiempo, el olvido y ciertas formas falsas de la memoria.
Estas imágenes corresponden a la digitalización de originales de 40×50 cm. Pulsando sobre cada una de las fotografías podrás verlas (con un poco de paciencia) ampliadas. El tamaño medio es de 25 k. y la calidad con que se ven depende del navegador empleado y de la resolución del monitor (entre otros avatares).
Las fotografías están agrupadas, tal como lo estarían en las paredes de una sala.
No se pueden utilizar estas imágenes sin mi autorización expresa.
Javier Espada.